domingo, 23 de mayo de 2010

Escape en Oceanía



Desde la habitación en la que Winston y Julia se guarecen el uno en el otro puede oírse la voz de una mujer que canta mientras tiende la ropa. La mujer, una prole, no sabe que la canción ha sido compuesta por una máquina. Winston se sorprende de que una canción compuesta por una fría máquina pueda cobrar calidez al brotar de los labios de una persona. Tras este atisbo de autenticidad, la policía del pensamiento irrumpe en la habitación y frustra su intento de escape en Oceanía.

Un cuarto de siglo más tarde, nos encontramos con otro personaje perdido dentro de una ficción que ha llegado hoy a su fin. En este caso se trata también de un intento de fuga interior. Mientras que el resto de los pasajeros del vuelo Oceanic 815 intentan escapar de una isla perdida en medio de Oceanía repleta de peligros inminentes (y flashbacks innecesarios), él desea quedarse allí a toda costa. La isla le ha permitido escapar de su pasado como empleado en una empresa fabricante de cajas para pasar a convertirse en el señor de las moscas. El señor John Locke es todo un ejemplo de tabula rasa.

En ambos casos se trata de huidas hacia dentro para escapar del prójimo. Más que en una sociedad del riesgo, vivimos en una sociedad de la sospecha, donde se mira a los líderes con suspicacia, por si nos llevan a la habitación 101. Nadie se cree ya sus monsergas, ya que todos sabemos lo que depara el futuro: la bota que pisa el rostro humano una y otra vez. Y es que, hoy más que nunca, el infierno son los otros.

Este descrédito tan cínico y tan posmoderno de la esfera pública y de los metarrelatos que se cuentan en ella ha llevado a la sacralización del espacio privado. Es allí donde se encuentra refugio de lo colectivo y se buscan ideales primigenios sin contaminar por lo colectivo. Esto último se ve reflejado en el misticismo de trilero de Lost (con mucho humo pero pocas nueces), donde la trama gira en torno a salvaguardar la isla mágica del mundo exterior.

La idea de la intimidad como refugio es el tema principal de 1984. También es el eje central de un sinfín de thrillers basados en variantes de la teoría de la conspiración (“el gobierno nos lo ocultó”). No se le escapa a nadie que esta denostación de lo público tiene un marcado sesgo liberal (en el peor sentido de la palabra), ya que el Estado es mostrado como una injerencia entrometida. Así pues, hoy en día la utopía a fin de cuentas es que nos dejen en paz.

martes, 26 de mayo de 2009

Se dejaba llevar


“Nacido en la frontera
entre lo que hay dentro
y lo que ves por fuera.
Crecí a medio camino
entre el ser mundano
y el poder divino.
Mi vida es esa canción
amiga de la luna.
Escrita en el corazón
para ahuyentar
la noche oscura.”


Antonio Vega. A medio camino.



Antonio estaba reconciliado con su legado y era consciente de que para la mayoría siempre sería el chico de la chica de ayer. Menos gracia le hacía el sanbenito de artista maldito que los medios y sus caritativos coetáneos (“Ese chico triste y solitario”) le habían endosado. Este malditismo no era una pose estudiada, sino la consecuencia del ostracismo al que había sido sometido por el show business. Los obituarios, los recopilatorios y las largas colas ante su féretro parecen más bien un lavado de conciencia colectivo de un establishment que sólo se acordaba de él para perpetrar revivals de la movida o para que los caritativos coetáneos pudiesen secuestrar sus canciones. Y es que a pesar de estar ya muy marchito, Antonio seguía siendo capaz de crear canciones inmarcesibles:




Antonio tenía una sobredosis de sensibilidad, que le hacía ver luchas de gigantes donde el resto sólo ve molinos. De ahí que se le tachase de outsider, de lobo estepario y que fuese menos popular que otros “artistas” de lirismo y/o compromiso de fabricación en serie.

Aquellos que han estado donde con los ojos cerrados se divisan infinitos campos sienten aun más su fragilidad en el mundo descomunal. Por eso a Antonio le daba miedo la enormidad donde nadie oía su voz y quizás por eso necesitaba escaparse del mundo descomunal dejándose llevar por las drogas.

“Me fue arrastrando la corriente,
allí donde no hacía pie.
Nada dura para siempre,
y para siempre dije adiós ayer.
Aguas tranquilas y rebeldes,
río profundo, llévame.
Como el cauce a la corriente,
sólo puedo dejarla correr”
(Para bien y para mal).


Antes de que se lo llevase la corriente, Antonio nos dejó un puñado de canciones amigas de la luna, para que podamos (intentar) ahuyentar la noche oscura. Gracias.


lunes, 15 de septiembre de 2008

Lisbon Revisited



Nada me ata a nada.
Quiero cincuenta cosas al tiempo.
Con la angustia del ávido de carne anhelo
no sé bien qué:
definidamente lo indefinido...
Duermo inquieto, y vivo el soñar inquieto
del que duerme inquieto, a medias soñando.

Me cerraron todas las puertas abstractas y necesarias.
Corrieron las cortinas ante todas las hipótesis que habría podido ver en la calle.
En el callejón donde me encuentro no está el número de puerta que me dieron.
Desperté a la misma vida que me había adormecido.
Hasta mis ejércitos soñados sufrieron la derrota.
Hasta mis sueños se sintieron falsos al ser soñados.
Hasta la vida sólo deseada me harta -hasta esa vida...
Comprendo a intervalos inconexos,
escribo en los lapsos de cansancio
y es tedio hasta del tedio lo que me arroja a la playa.
No sé qué destino o futuro compete a mi angustia sin timón;
no sé qué islas del Sur imposible son las que me aguardan, náufrago,
o qué palmares de literatura me darán un verso al menos.

No, no sé esto, ni sé otra cosa, ni sé nada de nada...
Y en el fondo de mi espíritu, donde sueño lo soñado,
en los campos más remotos del alma, donde recuerdo sin causa
(y el pasado es una niebla natural de lágrimas falsas),
en los caminos y atajos de las florestas lejanas,
donde supuse mi ser,
huyen desmantelados, últimos restos
de la ilusión final,
mis ejércitos soñados, derrotados sin haberlo sido,
mis cohortes por existir, despedazadas en Dios.

Otra vez vuelvo a verte,
ciudad de mi infancia pavorosamente perdida...
Ciudad triste y alegre, otra vez sueño aquí...
¿Yo? Pero, ¿soy yo el mismo que aquí vivió y aquí volvió,
y aquí volvió a volver y a volver,
y aquí de nuevo ahora ha vuelto a volver?
¿O todos los Yo con los que aquí estuve, o que estuvieron, somos
una serie de cuentas-entes ensartadas en un hilo-memoria,
una serie de sueños de mí por alguien que hay fuera de mí?

Otra vez vuelvo a verte,
el corazón más lejano, el alma menos mía.

Otra vez vuelvo a verte -Lisboa y Tajo y todo--,
transeúnte inútil de ti y de mí,
extranjero aquí como en todas partes,
tan casual en la vida como en el alma,
fantasma errante por los salones del recuerdo
envuelto por el ruido de ratas y de maderas que crujen
en el castillo maldito de tener que vivir..

Otra vez vuelvo a verte,
sombra que pasa a través de las sombras y brilla
un instante a una fúnebre luz desconocida
y se adentra en la noche cual estela de barco al perderse
en el agua que dejamos de oír...

Otra vez vuelvo a verte,
pero, ¡ay, a mí no vuelvo a verme!
Se ha roto el espejo mágico en el que volvía a verme idéntico
y en cada fragmento fatídico sólo veo un pedazo de mí
-un pedazo de ti y de mí.

Fernando Pessoa/ Alvaro de Campos (1926)

viernes, 1 de agosto de 2008

lunes, 21 de julio de 2008

Nuevos tests Voigt-Kampff

“El mundo busca su justicia a través de catástrofes porque en cada catástrofe brota la semilla de una ulterior perfección. Nadie, ni nada, escapa a esta ley.”
Rafael Argullol, Blade Runner

“Fiery the angels fell,
deep thunder rolled around their shores,
burning with the fires of Orc”
Roy Batty

A pesar de que la nueva “versión final” de Blade Runner no aporta grandes novedades respecto al Director’s Cut de principios de los noventa, merece la pena verla sólo por el nuevo tratamiento de la imagen. Dotar de tal exhuberancia cromática a una película que se caracteriza por su sombría puesta en escena es una jugada arriesgada. Más si se trata como en este caso de una película de virtudes estrictamente cinematográficas: su trama de corte clásico (el detective que empatiza con sus antagonistas) cobra interés por tener lugar en un entorno inusitado. En cualquier caso, una vez más el sucio babilonismo de este Los Angeles de zeitgeist desangelado se clava en nuestra pupila durante las dos horas que nos es revelado.

Con el tiempo, Blade Runner se ha convertido en la distopía en celuloide por antonomasia. Quizás porque ha medida que nos acercamos a 2019 aceptamos con resignación que nuestro sino se asemeja más a este paisaje de Hades que a la pulcritud aséptica de 2001 A Space Odyssey, las hipérboles fatalistas de Matrix o el feudalismo galáctico de Dune. Pero además del mesmerizante despliegue audiovisual, en la película se consigue abordar sin pretenciosidad varias cuestiones de gran calado. La teoría de Baudrillard de que los objetos conforman un ecosistema propio es llevada aquí a su última expresión. La producción artificial en serie ha acabado con lo único, lo natural, que ahora se pretende recrear a base de silicio. Serpientes, búhos y otros animales comunes se han convertido en codiciados símbolos de status. En el libro de Philip.K.Dick, el protagonista vuelve al business de retirada de replicantes para poder comprar una oveja “de verdad”.

Blade Runner muestra una sociedad superpoblada donde la abundancia hace tiempo que dejó de ser una bendición y donde las secuelas de la adicción a la adición son palpables. En este “tiempo de los objetos”, la vida discurre entre estratos de desechos y ya no se puede discernir qué es humano y qué es objeto. Esta ambigüedad se extiende a Deckard (que pasa de estar en el business a ser el business) en la versión Director’s Cut de 1993, año en el que la película empieza a contar con el favor del público y la critica, hasta el punto de volverse a estrenar en los cines.

Según se cuenta en el exhaustivo Future Noir: The Making of Blade Runner, Ridley Scott vetó el término androide para que su película no se viese lastrada por la imaginería preconcebida en torno a los robots. Fue la hija del segundo guionista quien propuso replicate, que es como se denomina al proceso de clonación de células. Un término muy acertado para estas réplicas perfectas, que la Corporación Tyrell aspira a fabricar “más humanos que los humanos”.

La incertidumbre que provoca la confusión entre humanos y replicas es uno de los ejes centrales de Blade Runner (cuya nueva versión está disponible en una edición de lujo limitada) y de tantas otras películas de ciencia ficción (Terminator, The Thing, etc). El mimetismo de los replicantes llega a tal extremo que la replicante Rachael cree que es humana y se enamora de un humano. Para diferenciar a los humanos auténticos de los falsos, éstos últimos son expulsados fuera del mundo (Off-World) de los primeros y son condenados a desempeñar tareas inhumanas. Infiltrarse en el mundo de los originales es un delito castigado con la retirada de las falsificaciones.

Lo que se pone de manifiesto en Blade Runner es que el desarrollo a partir de la técnica (Vorsprung durch Technik, el lema de Volkswagen) conlleva un proceso de deshumanización, no en el sentido marxista de anomia, sino porque la perfección en masa pone en peligro la unicidad. Antaño, crear réplicas exactas era arte. Hogaño, las falsificaciones de obras de arte son un grave delito, ya que ponen en peligro la unicidad de éstas. A este temor se añade la humillación que supone constatar que las réplicas, creadas “a imagen y semejanza” de los originales, son más perfectas que sus creadores. La decrepitud de J.F Sebastián es más lacerante aún si en presencia de Pris y Roy, sus juguetes arios.

“We are not computers, Sebastian. We are physical.”

“La llama que brilla con dos veces más fuerza se consume dos veces más rápido. Y tu has brillado tanto, hijo mío”. Con estas palabras explica Tyrell al Nexus-6 el porqué de su mortalidad. La realidad es que los replicantes, como cualquier producto fabricado en serie, tienen fecha de caducidad. El único consuelo mezquino que nos queda en la sociedad postindustrial es saber que nuestras creaciones no nos sobrevivirán. La perfección de los replicantes, que les ha llevado a alcanzar las puertas de la percepción y ver rayos C brillar cerca de las puertas de Tanhauser, se perderá en el tiempo. Como lágrimas en la lluvia.

jueves, 24 de enero de 2008

La mala semilla



On a gathering storm comes
a tall handsome man
In a dusty black coat with
a red right hand
He’ll wrap you in his arms,
tell you that you’ve been a good boy
He’ll rekindle all the dreams
it took you a lifetime to destroy
He’ll reach deep into the hole,
heal your shrinking soul



It is worth noting that there is no glimpse of transcendence in Cave’s early lyrics, nor even some sense of some earthly resolution; the fraught love songs that he specialised in back then tended to end as they began, messily, inconclusively. Indeed, it is this very uncertainty, this embrace of confusion that often seemed to be his key inspiration; no one else writes about emotional turmoil quite so unflinchingly. If many of these tracks grew out of the personal chaos of Cave’s life, there is also often a bigger, darker undercurrent raging here, barely contained: Like the later Bob Dylan, the early Nick Cave often seems like someone disgusted by, or railing against, the world around him, struggling to voice that disgust righteously but without nihilism or misanthropy. It often seems, too, that he is articulating nit just the constant tremors of a life out of kilter but of a world gone wrong.



Hence, I think, the range of characters that he often speaks through: the righteous con on death row in The Mercy Seat, the visionary southern preacher articulating the warped Old Testament logic of Tupelo. There are here echoes here of certain literary archetypes: the visionaries and hucksters that populate Flannery O’Connor’s Gothic Southern landscapes, the fevered imaginations that drive Faulkner’s characters, strugglers in a relentlessly brutal world. And always, woven through these narratives, a Nick Cave signature: the lurking shadow of Old Testament fate -the lingering suggestion that the possibility of redemption is far outweighed by the possibility of retribution.



Pitched against these exercises in restrain tough, are songs that create not just mythic characters but full blown melodramas. Indeed, for a long while, back there, Nick Cave was, among other roles -some self-made, some thrust upon him- rock’s reigning melodramatist. Here was a singer-songwriter, like Leonard Cohen before him, unafraid to give vent to extravagant feelings in extravagant form, while, all the while, indulging his often overlooked streak of black humour.



It seems logical, in retrospect, that Nick Cave should turn to certain old song forms to both expand, and define, his unfolding vision, to anchor the extremes of darkness and light that characterises his songwriting. In both the Blues and folk traditions, lurks a dark seam of often confessional ballads that could be generically grouped under the title, Death Songs.

Here the, Cave approaches what the poet, T.S Eliot, called “a condition of complete simplicity” and it would not be overstating the case to suggest that this is certainly as close as the singer has yet come to achieving a state of grace through - or, perhaps, in - music.





Another poet, W.B Yeats, who knew a thing or two about the reconciliation of extremes, once wrote that “the end of art is peace. And the pursuit of art is like the pursuit of religion in the intense preoccupation it demands”. Tough critics have spoken of the new found spirituality in Nick Cave’s music, he has, in his intensely preoccupied way, and despite his lack of belief in “an interventionist God”, been on his own kind of inner quest for a long time now. A doubter’s quest, but one possessed of a spiritual element nonetheless. Which is perhaps the key reason for the calmness that informs these latter songs, the sense of reconciliation -with the world, with himself- that, for the time being, at least has replaced the brooding intensity of old. He remains tough, a melancholic. There is a pensive sadness about these songs, which is fine, for there are far too many happy songs in the world as it is.

Sean O’Hagan “The Best of Nick Cave and the Bad Seeds” sleeve notes.















martes, 15 de enero de 2008

Fire Walks with Lynch




"Me interesa saber qué se esconde tras las limpias fachadas, tras los visillos de las casas, explorar los recovecos tortuosos de la existencia. Soy como un detective que destapa lo que los demás ocultan. Y es que este mundo de hoy no es un lugar tan marailloso como dicen. No es el sueño más brillante".

David Lynch.